Ojalá pudiera yo también navegar; como imagino lo harán los indígenas del lugar, en sus canoas de madera, talladas con sus propias manos y diseñadas por sus antepasados cientos de años atrás, quienes ya cazaban, construían cabañas, bailaban, comían arañas y por supuesto remaban en sus canoas de madera como lo hacen ahora sus contemporáneos mientras aprovechan, estos, para pescar todo tipo de peces, algunos de los cuales han culebreado cuesta arriba desde lo más remoto de la tierra, o sea desde el mar, para desovar y morir, dejando abandonados a sus descendientes, que descenderán de nuevo hasta el océano continuando así con el ciclo de la naturaleza, tan presente en todas las cosas que nos rodean y que apreciamos especialmente en ese elemento que, por su magna importancia, ni es “el” ni es “la”, tan sólo Agua, a secas, vale para designarla en cualquiera de sus estados, pues el agua no está frío sino fría y por tanto hace lo que le viene en gana, ya sea convirtiéndose en hielo o en nube, y así subir a los cielos, que es su costumbre, para luego bajar en forma de precipitaciones, que a veces son precipitadas contra las hojas de los árboles, que son lo más alto de la selva, que es el lugar de algunos indígenas, que viven bajo las copas de los árboles y que beben el agua que por sus hojas se desliza, pero que no se queda ésta en el interior de sus cuerpos, sino que es expulsada a menudo cuando por fin los nativos se van a bañar, ya que es entonces cuando más fácilmente es activado su instinto de micción, es decir, las ganas de hacer pis... por los meandros del Orinoco; por los meandros del Orinoco.
sábado, 3 de julio de 2010
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1 comentario:
Sí, lo sé, el anterior relato trataba sobre cacas, perdón, heces; y esta vez me obsesiono con meadas, perdón, micciones. Sí, lo haré, pediré vez para el psicólogo..
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