viernes, 3 de febrero de 2012

Cuento Dseta

ζ:

Hacía mucho tiempo que no se veían el uno y el otro.
Así que devolverle el uno esa cosa que le tenía a el otro, no era más que una disculpa para hacerle una visita. Pero el otro no le prestaba casi atención. Caminaba de un lado al otro de su casa, y el uno iba tras él contándole anécdotas que el otro no parecía escuchar.

Siempre ha sido una persona muy humilde, y ahora se las daba de altivo. Cómo ha cambiado el otro... Incluso físicamente ha cambiado.
Ahora se ha dejado el pelo largo y se ha hecho rastas cual hawaiano. No cubren toda su cabeza pero sí más de la mitad izquierda.
Desde su oreja derecha se extiende una calva que parece invadir su parte melenuda.
El uno, con disimulo, se fijó en esa calva, y detrás de la oreja vio un par de pequeños ojos semicerrados, legañosos, que a penas se veían a través de algunas de las rastas que los ocultaban.

El uno:
¿Qué son esos ojos?

El otro le respondió, con su actual prepotencia, que siempre los había tenido, pero que se los tapaba el pelo que antes cubría todo su cuero cabelludo.
El uno continuó con total normalidad, como si ese par de ojos mutantes no le provocasen el escalofriante asco que en realidad le provocaban.
Entonces, el otro, por primera vez, muestra interés en decir algo.

El otro:
¡Jajajajajajajajajajajajajaetc! Eres el primero que no se muere del asco al verlos.
Qué rarito eres...

Fin.

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