lunes, 25 de junio de 2012

Cuento Zeta


θ:

Ya se está empezando a agobiar.
Lleva mucho tiempo esperando a que el evento (el que sea) termine de una vez. Pero no termina y, cómo no, sucede a cámara lenta.

Una excusa y sale de la habitación. Camina por los pasillos buscando una salida. Le pregunta a una persona, pero no le responde; quizás no le haya entendido…
Sigue buscando, baja escaleras y cruza pasillos. Atraviesa muchas puertas, pero no se topa con ninguna ventana que le permita respirar. Vuelve a preguntar a otras personas, pero están todos muy ocupados hablando entre ellos.

Por fin desciende unas escaleras que parecen llevarle a la calle. Lo intuye por la tenue luz del fondo. Cuando gira la última esquina, se encuentra con una blanca pared que se come los últimos escalones.

¿No hay salida? Se pregunta. Y pregunta:
¿No hay salida?
Pero nadie le responde, ni le miran.

Dos funcionarios escriben en sendas pantallas. Acerca su dedo hasta una de sus caras, poco a poco. No se inmutan, pero parece que vayan a reaccionar violentamente, así que aleja de nuevo la mano.

Sus compañeros de evento, simples conocidos (que ahora habría estrujado en abrazos), ya no están en el edificio.

Cansado de correr, se sienta en una silla, suspirando para que nadie le despoje de su asiento. Ahí, de pronto, se siente cómodo; ya no es aquel marginado e ignorante que no encuentra la salida.
Ahora es uno más, así que, disimuladamente, posa sus manos sobre el teclado y tac que te tac tac tac...

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